Somos muchos los que comentamos entre amigos nuestra preocupación por la crispación política que se observa en España. Somos muchos también los que nos damos cuenta de que esa crispación está fundamentada en mentiras y medias verdades.
Hay bastante gente que aplaudimos el que exista debate, que puedan defenderse ideas diferentes, que se reflexione en público sobre el mal y el bien, pero somos los mismos los que pedimos que se haga con respeto, sin descalificaciones personales, sin insultos, y, sobre todo, sin negar la legitimidad de aquellos que gobiernan, pues quitar o poner gobiernos es poder del pueblo soberano.
Hay muchas opiniones en los círculos sociales de que mientras estas cosas se plantean a gritos, los grandes problemas sociales siguen sin resolverse.
Los hechos sociales y las estadísticas hablan también. Y nos dicen que el país no está roto ni se han abierto fracturas. Pero que sí pueden abrirse, si el gallinero sigue tronando de la forma que lo hace.
Podemos estar o no de acuerdo con las decisiones del gobierno, pero meter en un mismo saco a jueces y fiscales parece un disparate social, máxime si es protagonizado por gente y grupos que tienen capacidad para en cualquier momento regir los destinos de este pueblo. Y no parece correcto que desde estos grupos se llame a la objeción de conciencia frente a leyes que emanan del Parlamento, esencia y base de un Estado democrático.
Todas estas cosas, dichas de manera ordenada y razonándolas, las han puesto por escrito un amplio grupo de intelectuales españoles impulsando de esta manera un MANIFIESTO CONTRA LA CRISPACION POLITICA, al que todos los que queramos podemos adherirnos por Internet en la web http://www.ddooss.org/documentos/contra_crispacion_politica.htm.
Por mi parte, doy la bienvenida a dicho manifiesto y a las reflexiones que contiene.
Eso sí, aquellos que se sienten afectados y criticados se han molestado con el mismo, lo califican de inoportuno y dudan que sean intelectuales los que lo han escrito y presentado en público. Dudan de todo y de todos, menos de ellos mismos.
La práctica de crispación que se ha originado, basada en la mentira y en la deslegitimación de una decisión popular no me parece tolerable. No se trata solamente de ideas diferentes. Se trata de cosas que no son verdad, frente a las cuales no se puede practicar la tolerancia. Como contra la violencia, tolerancia cero, también contra el enfrentamiento, la mentira y la crispación, tolerancia cero.
Y que se preocupen más por los vecinos. Ahí tenemos las próximas elecciones municipales, insulares y autonómicas. Debería existir una norma moral que diga algo así como no votar al que mienta, al que insulte y descalifique. Posiblemente eso lleve a la abstención. Y, salvo que todos nos quedemos en casa manifestando así colectivamente nuestro malestar, tampoco creo que sea lo más razonable, aunque haya quienes, legítimamente, lo defienden.
Es hora más que nunca de defender la democracia. Conlleva libertad de expresión, por supuesto, pero con el respeto debido a los demás y a las decisiones democráticas. Ya lo advirtió hace tiempo Simón Bolívar: “Por lo mismo que ninguna forma de gobierno es tan sensible como la democracia, su estructura debe ser de la mayor solidez y sus instituciones consultarse para la estabilidad. Si no es así, contemos que se establece un ensayo de gobierno, y no un sistema permanente, contemos con una sociedad díscola, tumultuosa y anárquica y no con un establecimiento social, donde tenga su imperio la felicidad, la paz y la justicia”.
Armando Quintana
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