martes, 17 de junio de 2008

Sin papeles, ¿sin derechos?



La opinión de un Obispo español
En estos días se pretende dar un paso importante en la Unión Europea con la aprobación de una Directiva “sobre los procedimientos y normas comunes en los Estados miembros para el retorno de nacionales de terceros países que se encuentren ilegalmente en su territorio”. Son muchos los que opinan que la nueva Directiva limita seriamente derechos fundamentales de los migrantes y supone un paso atrás en la construcción de un verdadero espacio de libertad, justicia y seguridad.
En definitiva, esta nueva norma, como otras muchas que se refieren a los emigrantes e inmigrantes, acusan un fallo de origen, porque parten de dos principios, que no pueden convertirse en la base fundamental del derecho y de las leyes que afectan a los migrantes. Estos dos principios son la defensa de los intereses nacionales y la primacía de la economía sobre la persona.

Por esta razón, cuando los inmigrantes nos vienen bien, porque los necesitamos para cubrir puestos de trabajo que los nativos rechazan, como el peonaje en la construcción, en la agricultura en la hostelería, en la limpieza, en el cuidado de niños y ancianos, son bienvenidos los extranjeros y se les dan toda clase de facilidades. Cuando, como ahora, amenaza o está presente la crisis, todo son dificultades y las medidas que se adoptan para impedir su venida y facilitar su marcha rozan con frecuencia la frontera en lo que a derechos humanos se refiere.


La tendencia de la legislación común europea sobre inmigrantes denominados “sin papeles” va en la triple dirección de impedir, como primera medida, su salida de sus respectivos países, utilizando para ello patrulleras contra pateras; en segundo lugar, si llegan a entrar en un país de la Unión Europea, se les retiene, a veces en condiciones que se parecen más a un campo de concentración que a un digno alojamiento, pudiendo prolongar el tiempo de retención más allá de lo que está permitido para los sospechosos de haber cometido un delito. Algunos países han pretendido incluso la equiparación entre inmigración clandestina y delito, para poder así aplicarles los mismos “castigos”. En tercer lugar, se facilita la expulsión y se establece un tiempo hasta de cinco años de prohibición de volver a un país de la Unión Europea.

Por lo que se refiere a los menores indocumentados, a su guarda, custodia y tutela, las condiciones de su internamiento nacen más de una consideración como extranjeros que como niños.

Son muchas las voces que se van levantando contra esta forma de tratar a los inmigrantes, por muy ilegales, clandestinos o “sin papeles” que se les considere. Son ante todo personas y, por lo común, personas en grave necesidad, a los que se ha de prestar siempre un trato humano y respetuoso con su dignidad y con sus derechos fundamentales. Emigrar por necesidad y lograr entrar en otro país no es un delito, si no hay otra causa. El inmigrante, de por sí, no es equiparable a un delincuente; será, cuando más, infractor de una norma, y no cabe aplicarle el trato que la ley establece en caso de un delito.

A los cristianos y a las personas de buena voluntad se nos ofrece con motivo de estas situaciones la oportunidad de poner en juego nuestra hospitalidad, que se ha de manifestar en la acogida de toda persona necesitada que viene a nosotros, independientemente de su condición legal. Hemos de ejercitarnos asimismo en la defensa de sus derechos, en la ayuda a su integración en nuestra sociedad y en nuestra Iglesia, en nuestra obligación de compartir y en nuestro servicio fraterno en todo aquello que esté en nuestra mano.

Desde Brindisi, lugar de llegada a Italia de inmigrantes clandestinos de Europa del Este, como son en España lugar de llegada de inmigrantes las Islas Canarias y las costas del sur de la Península, nos invitaba El Papa hace unos días a la compasión y explicaba este término en el sentido, de la “compasión cristiana, que nada tiene que ver con la beatería, con el asistencialismo. Más bien es sinónimo de solidaridad y de compartir y está animada por la esperanza”.


Ante esa masa de depauperados que arriban a nuestras costas o vagan por nuestros pueblos y ciudades, hemos de escuchar la voz del Señor que nos dice: “Siento compasión de estas gentes, porque están como ovejas sin pastor… Dadles vosotros de comer”
José Sánchez González, Obispo

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