martes, 27 de febrero de 2007

LOS AMORES EN TIEMPOS DE CAMBIO

Lo mejor que tiene el amor es que es algo más que una palabra. Es, fundamentalmente, una experiencia y nadie puede adueñarse de dicha realidad. Hay unos principios o elementos fundamentales para el conjunto de los seres humanos, pero después cada cultura, cada etapa histórica, cada momento que vivimos va desarrollándose en concreciones diferentes.

Cuando hablamos habitualmente del amor estamos pensando en el amor de pareja. Y a éste nos referimos en estas reflexiones. Al amor de pareja y sus consecuencias. Antes, hablar de este amor sin hablar de matrimonio era algo impensable. Hoy no podemos aferrarnos a situaciones preexistentes, a culturas preestablecidas. La sociedad que nos abarca y contiene es múltiple y está en una situación de mutación permanente, como la misma vida. La vida siempre está abierta a ella misma. Y nunca acabamos de aprender a vivir.

El miedo a romper con lo establecido, con lo que siempre ha sido, con lo que ha funcionado de tal manera, nos atenaza en momentos concretos y nos impide esta apertura, tan básica y fundamental.

La vida es crecimiento, es desarrollo, es evolución, es cambio constante. Lo defendemos para mil y una cosas que nos producen utilidad. Defendámoslo como algo natural hasta, valga la redundancia, en lo mismo natural. La naturaleza siempre ha ido evolucionando.

En ocasiones es miedo a que, aceptando y defendiendo nuevas formas y concreciones del amor de la pareja, podamos hacer el ridículo. “En realidad sólo hace el ridículo el que tiene miedo a él. Nadie que obra con decisión y naturalidad hace jamás el ridículo. Y el que actúa con miedo o con reparo se expone a hacerlo siempre” (Noel Clarasó).

Hasta el mismo Nuevo Testamento está lleno de recomendaciones que son propias de las concreciones culturales de aquella época (el velo de las mujeres, p.e.). Ocurre igual con todos los libros religiosos (no comer carne de cerdo, dada la epidemia reinante en aquellos momentos). Y al quedar plasmadas en leyes y libros de valer, las hemos considerado como algo esenciales hasta ayer mismo que nos dimos cuenta que el mundo había cambiado.

En este contexto, y sea cual fuese la concreción del amor, lo importante es que el amor exista. Parejas hetero casadas o no, por toda la vida o por poco tiempo, parejas homo estables, con menos o más estabilidad, con hijos, sin ellos. ¿Qué más da? Lo que importa es que corra y fluya entre ellos el amor. Estudios sociológicos y psicológicos, a nivel universitario, hay ya a montones que nos acreditan que la condición sexual no importa para que exista más o menos amor, ni tampoco para la transmisión de afecto y sanos valores a los hijos. Y hablamos del amor de pareja, del amor que lleva consigo, como expresión lógica y normal, de la que no se puede separar, el encuentro sexual.

Si se aman, darán ejemplo a los que le rodean: a los hijos, a los más jóvenes, a los vecinos y a los parientes. Y eso es lo que necesitamos en nuestra sociedad: gente que se quiera. No importa cómo sea la pareja ni dónde vivan. “Con amor, haremos que el futuro del mundo sea mejor”, decía recientemente un compañero en un debate entre amigos sobre este tema. Pues dejémoslo ir. Que crezca el amor, en las condiciones que sean. Que nadie imponga al otro su estilo y su manera. Que cada uno sea feliz como Dios le dé a entender. Para todos, sin excepciones. Porque nada, donde haya amor, es anormal. Todo aquello donde corre el amor entra en la normalidad.

Y para todo, también sin excepción, el amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. Todo. Todo lo que sea a favor del amor. No la muerte, no el asesinato, no el maltrato, no el egoísmo. Son cosas que necesitan terapias y curaciones, que no las dará nunca el no-amor que es la condena a muerte, la no vida. Si “con amor, haremos que el futuro del mundo sea mejor”, rompamos las cadenas de agresión que circulan en el mundo. Desde la guerra hasta la pena de muerte. Busquemos medios para insertar en la sociedad a aquellos que incumplen el amor y buscan el egoísmo y la muerte. Pero si aplicamos el amor no podemos aplicar el “quien a hierro mata, a hierro muere”, porque ni somos dioses para elegirnos en dueños de la vida de nadie, ni está demostrado que eso sea la solución para que el sin-amor deje de realizarse. La violencia, el egoísmo, la muerte engendran más muerte. El amor, la comprensión, la tolerancia engendran más amor.

Y en esa tonalidad, aquellos que amándose, tengamos también la responsabilidad de seres más jóvenes a su cargo, los hijos ya sean o no biológicos, sabremos también que tenemos el deber de amarles, de educarles. Y de educarles en esas premisas. Lo cual nos lleva a honrarles, ¿por qué no?. Es el oficio más difícil: ser padres. Y hoy más que nunca. Porque, como siempre, nunca terminamos de aprender a darnos cuenta de que “nuestros hijos no son nuestros, sino que son hijos e hijas de la Vida…, y que, aunque están con nosotros, no nos pertenecen. Les damos nuestro amor, pero no nuestros pensamientos, porque ellos tienen sus propios pensamientos. Albergamos sus cuerpos, pero no sus almas, porque sus almas habitan en la casa del mañana que nosotros no podemos visitar, ni siquiera en sueños. Podemos, si acaso, esforzarnos en ser como ellos, pero no debemos buscar el hacerlos como nosotros. Porque la vida no retrocede ni se entretiene con el ayer”.

Desde la tónica de ese amor sobre el que venimos reflexionando, y sea cual fuese la concreción del mismo, para nuestros hijos, para los que vienen detrás de nosotros, solo “somos el arco desde el que ellos, como flechas vivientes, son impulsados hacia delante”, pero no somos tampoco el arquero. “Dejemos, alegremente, que la mano del Arquero nos doblegue. Porque así como El ama la flecha que vuela, así ama también el arco, que es estable” (K. Gibran)

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