Jaume d'Urgell (copyleft) Madrid, agosto de 2007
Disertación acerca de cómo la injusticia cotidiana se cierne sobre los trabajadores excluidos de la sociedad. Víctimas perfectas y anónimas, causadas por el avance inexorable de una máquina de apariencia suave, cuyas aristas rayan el diamante de la razón. ¿Funciona el capitalismo? ¿Para cuántos? ¿Hasta cuándo?
Mi madre yace sobre unos cartones, en una acera de la Gran Vía. Exhausta y humillada, está más que harta de ser consciente de haber muerto sin morir. Resignada a la incomodidad, al vilo y a cohabitar con la sorna de los altivos. Conoce bien el mareo de no comer, y el dolor de las miradas y las no miradas de los viandantes. Mas hela ahí: gorda y sucia; hedor entremezclado –sudor de pliegues– del sol de media tarde… permanece intenso, empapado en los mugrientos harapos deshilachados que mal cubren su panza y sus tetas caídas.
Mi madre es una genuina miserable, pero no en el sentido de Ángel Jesús, sino más bien en el de Víctor-Marie. Es una miserable, de las que ya no se ven, aunque cada día hay más. Me detuve para estudiar su expresión ausente, la curiosidad morbosa de contemplar sin formar parte. Miserable ella, miserable de mi.
Cuando descansa, mantiene los ojos entreabiertos, por los que asoma experto el temor de la calle. Jersey raído y pantalón deportivo, dado de sí, vulgar, manchado… reparé en la negrura de sus pies, y en sus manos acartonadas. Cuesta trabajo saber si es un hombre o una mujer. Sus cabellos… como decir. Se había quitado las alpargatas, dejando una en el suelo, junto a una hamburguesa inacabada –al alcance de los perros–, mientras la otra permanecía aún en su mano derecha.
Olía a orín –sí, mi madre huele a orín–, además de a vino, bueno vino, vino… quiero decir ese líquido barato que se vende en tetrabrick™. En invierno bebe para soportar el rigor de la noche, y en verano… el calor es para todos, pero no todo el mundo tiene veranos, ni pasado, ni mañana.
La vi y algo me dolió. Quizá fuera su edad, o a lo mejor compartir su especie, su espacio y su tiempo. Me dolió saber que no puedo saber cuanto dolor ha podido soportar. Me dolió verla, me duele recordarla, me duele escribirlo y me duele releerlo.
Soy hijo adoptivo, lo llevo bien, sin problemas, no odié a mis padres más de lo que haya podido odiarlos cualquier otro adolescente. Pero soy hijo adoptivo, de padres desconocidos. Lo llevo bien, porque eso me ha permitido tener una visión alternativa sobre la idea de la familia, acerca de la responsabilidad animal respecto de los mayores… todo eso de la cooperación para la supervivencia, la fraternidad, la solidaridad.
Vivimos en un mundo donde a las niñas se les enseña a soñar con el deseo ser princesas, hasta el extremo de que algunas se pasan el día besando sapos, anhelando que ocurra lo que de ningún modo ocurrirá. Sapos de río, sapos de arrollo… y también sapos de esos que anidan en la entrepierna de los Servicios Informativos de televisión. Un mundo, donde respetamos los cuentos de hadas, hasta el extremo de convertirlos en Ley Fundamental, y todo, porque muchos ansían verse reflejados precisamente en el lujo de aquellos cuyo lujo provoca nuestra miseria.
Digo esto, porque en mi vida he conocido a muchos hermanos… Expósitos, Washingtons y demás compañeros incunables. El caso es que –sobretodo de niños– son muchos los que se buscan entre los personajes de Dickens, Gaskell o Doña Emilia… albergando la posibilidad incierta de que algún día se despierten ricos herederos. En fin, ensoñaciones manipuladas por la espita del consumismo.
Y llegamos al por qué. ¿Por qué el cómplice y sucesor de Franco no subasta su flamante barco y dona el botín al pueblo? ¿Por qué hay tantos yates atracados en los clubes náuticos, cuando todavía hay quien no tiene ni lo indispensable? ¿Por qué dicen en la televisión pública que el comunismo es viejo y fracasó? ¿Cuántas vidas podríamos dignificar con la parte de sueldo que los alcaldes, diputados y demás parásitos amarillos no necesitan para vivir? ¿A cuánto ascienden las comisiones inexplicables sobre cualquier obra o proyecto de inversión pública? ¿Por qué no aumentar las competencias y el presupuesto de la Fiscalía Anticorrupción o del Tribunal de Cuentas? ¿Dónde están los representantes públicos de los muertos que todavía viven? ¿Quién es su portavoz? ¿Funciona el capitalismo?
Hoy me encuentro a esta mujer y más que nunca me siento hijo del pueblo. Consciente de que no es posible acumular más dignidad de la que reside en el triste cuerpo de esta señora, que pasará otra noche al raso, ya que nada hice por ella, pese a que bien podría ser mi madre.
Fragmento de la Constitución Española de 1978 Artículo 10. 1. La dignidad de la persona, los derechos inviolables que le son inherentes, el libre desarrollo de la personalidad, el respeto a la ley y a los derechos de los demás son fundamento del orden político y de la paz social. Artículo 40. 1. Los poderes públicos promoverán las condiciones favorables para el progreso social y económico y para una distribución de la renta regional y personal más equitativa, en el marco de una política de estabilidad económica. De manera especial realizarán una política orientada al pleno empleo. Artículo 47. Todos los españoles tienen derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada. Los poderes públicos promoverán las condiciones necesarias y establecerán las normas pertinentes para hacer efectivo este derecho, regulando la utilización del suelo de acuerdo con el interés general para impedir la especulación. La comunidad participará en las plusvalías que genere la acción urbanística de los entes públicos. Artículo 128. 1. Toda la riqueza del país en sus distintas formas y sea cual fuere su titularidad está subordinada al interés general.